La necesaria ecuanimidad ('Aprendiz de sabio', Bernabé Tierno, 55/126)


Aprendiz de sabio. La guía insuperable para mejorar tu vida

 

- Tercera parte: Cien "lecciones-reflexiones" de sabiduría esencial que deben ser bien meditadas y llevadas a la práctica en la vida cotidiana.

 

- 30.- La necesaria ecuanimidad.

 

"El hombre debería aprender a mantenerse ecuánime. Con el fuego de la ira a sus inferiores les hace superiores a sí mismo" (Ralph Waldo Emerson).

 

"Si alguna vez estás a punto de estallar, de perder el control, de herir a alguien con tus palabras, recuerda, aunque sólo sea en un momento de lucidez, que tú mereces ser dueño de ti mismo y no perder la oportunidad de calificarte con un "diez" en sosiego y en paz interior. Corta en seco la furia desatada de tus pensamientos, realizando diez inspiraciones-espiraciones profundas, lentas, completas (respiración abdominal) y todo cambiará en breves instantes, dentro y fuera de ti, para tu bien".

 

En el capítulo cuatro de la primera parte ya abordamos el tema de la ira como una de las doce necesidades imperiosas y descontroladas del ser humano. En la reflexión catorce del presente capítulo nos hemos referido a la ira con una causa justificada, no como necesidad imperiosa propia de un iracundo cascarrabias, compulsivo e irrefrenable. Ahora nos importa reflexionar sobre el aprendizaje de la ecuanimidad como medida eficaz para mantener el control de nuestras palabras y conductas. Podemos tener razón, pero sin el dominio de nuestros nervios, ofuscada nuestra mente y perdidos por completo los papeles, nos convertimos en seres débiles, patéticos y a la deriva y tan necios que, al dar rienda suelta a nuestra cólera, paradójicamente llegamos a vengar las faltas ajenas en nosotros mismos. En otras palabras, permitimos que nuestros enemigos se salgan con la suya y satisfagan plenamente sus deseos de venganza y de causarnos el mayor mal posible.

 

Hay algo cierto en toda respuesta iracunda y es que decimos lo que pensamos y sentimos y no nos atreveríamos a verbalizar estando tranquilos. Bien decía Franklin que lo que empieza en cólera acaba en vergüenza. Vergüenza de nosotros mismos, por nuestra conducta y nuestras expresiones desmedidas, ofensivas y fuera de control; vergüenza que causamos en los demás, al vernos demudados, ofuscados y sin capacidad para pensar en las consecuencias de nuestra reacción virulenta, y vergüenza porque la aparente energía que parece desprenderse de nuestra cólera, rencor e irritabilidad es tan sólo una prueba evidente de nuestra gran debilidad.

 

- ¿Cómo lograr la necesaria y deseada ecuanimidad?

 

Es fundamental tener bien presentes las consecuencias negativas, el precio que nos vemos obligados a pagar al dejarnos llevar por los impulsos de la cólera: no vemos claro, porque la ofuscación mental nos impide obrar de forma razonada. El enfado y cualquier reacción airada nada construye, sólo destruye y perjudica al que se enfada.

 

Buen antídoto contra la ira son sus contrarios: la calma, el hablar pausado y sereno, la actitud relajada, la respiración lenta y profunda y el sentido del humor. Además, el evitar la reacción iracunda inmediata, reactiva y explosiva, tratando de retrasarla en lo posible, suele ser una excelente medida. Mediante la dilación nos enfriamos emocionalmente y damos tiempo a que llegue algo de cordura y de sensatez a nuestra mente.

 

Si conseguimos superar la necesidad imperiosa de dar una respuesta descontrolada y con la misma carga destructiva de rencor o de rabia de nuestro oponente, nos haremos con los mandos de nuestra propia reacción y seremos capaces de posponer la cólera para otro momento.

 

- Sólo un apunte final...

 

Existe la ira justificada ante las injusticias y la maldad. No hay que confundir al que sabe controlar la ira, con quien no monta jamás en cólera porque se parapeta con la astucia y la vileza de las peores intenciones y traduce la ira contenida en maldad de la peor calaña contra aquel (aquellos) a quien odia.

 

(Bernabé Tierno)