Buscar pareja por internet es una continuación de las compras online: la relación entre clientes y mercancía se convierte en el patrón de las relaciones personales (Zygmunt Bauman)

Amor y sexo. Elegir una pareja: por qué olvidamos cómo amar (Zygmunt Bauman)

 

Extraído del libro 'Vivir en tiempos turbulentos. Conversaciones con Peter Haffner', editorial Tusquets, Barcelona 2022



 

Peter Haffner.- Comencemos por lo más importante: el amor. Usted dice que estamos empezando a olvidar cómo amar. ¿Qué le lleva a pensar esto?

 

Zygmunt Bauman.- La moda de buscar pareja por internet es una continuación de la moda de comprar por internet. Yo mismo prefiero no ir a las tiendas y compro casi todo online: libros, películas, ropa. Si uno necesita una chaqueta nueva, la página web de la tienda le muestra un catálogo. Si uno busca una pareja, también puede encontrar un catálogo online. El patrón que define la relación entre clientes y mercancía se convierte también en el patrón para las relaciones entre personas.

 

Haffner.- ¿Cuál es la diferencia entre esto y encontrar a la futura esposa en la fiesta del pueblo o en un baile en la ciudad? ¿No teníamos ahí también nuestras preferencias?

 

Bauman.- Internet puede ayudar a las personas que sufren de timidez. No tienen que sobreponerse a sí mismos para hablar con una mujer, porque temen sonrojarse. Pueden establecer contactos con más facilidad, sin bloquearse. Pero cuando buscamos pareja online invertimos todos nuestros esfuerzos en definir unos rasgos que se corresponden con nuestros propios deseos. La búsqueda se basa en el color de pelo o de la tez, en la altura, el tipo, el contorno del pecho, la edad, los intereses, en aquello que le gusta o desagrada. La idea es que es posible construir el objeto de nuestro amor a partir de una serie de características, físicas y sociales, que somos capaces de medir. Y nos olvidamos de lo decisivo: la persona.

 

Haffner.- Sin embargo, incluso en el caso de que seamos capaces de definir el tipo de persona que nos gusta, todo cambia cuando nos encontramos con la persona, pues esta es mucho más que la suma de todos estos rasgos.

 

Bauman.- El peligro es que el patrón para nuestras relaciones se asemeje a la relación que establecemos con los objetos de consumo. A una silla no le juramos fidelidad. ¿Por qué debería jurar que moriría por esa silla? En el momento en el que deje de gustarme, me compraré una nueva. No es un proceso consciente, pero es la forma en la que aprendemos a observar el mundo y a las personas. ¿Qué sucede cuando conocemos a alguien que nos resulta más atractivo? Es como la muñeca Barbie, cuando aparece una nueva versión, reemplazamos la antigua.

 

Haffner.- Lo que usted quiere decir es que nos separamos sin reflexionar.

 

Bauman.- Uno comienza una relación porque piensa que le aportará satisfacción. Si uno tiene la sensación de que otra persona le podrá satisfacer más, rompe la relación para comenzar una nueva. Para que una relación dé comienzo es necesario que dos personas estén de acuerdo. Para que finalice, basta la voluntad de una. Esto significa que ambas partes sufren un miedo constante a que los abandonen, a que alguien se deshaga de ellos como de una chaqueta que ha pasado de moda.

 

Haffner.- Pero esto reside en la naturaleza de todos los acuerdos.

 

Bauman.- Sí, claro, pero antes apenas era posible romper una relación, incluso cuando no resultaba satisfactoria. Divorciarse era difícil y no existían alternativas al matrimonio. La gente sufría, pero no se separaba.

 

Haffner.- ¿Y por qué razón es peor la libertad de poder separarse que la obligación de permanecer juntos pero infelices?

 

Bauman.- Se gana algo, sí, pero también se pierde. Uno es más libre, pero sufre porque su pareja también lo es. Y esto lleva a una vida en la que las relaciones y la vida en pareja se modelan según el patrón del arrendamiento con opción a compra. Si podemos liberarnos de los compromisos, no tenemos por qué esforzarnos en mantenerlos. Y el valor de las personas parece estar sujeto a su capacidad de generar satisfacción. Tras todo esto se esconde la creencia de que las relaciones duraderas se interponen en la búsqueda de la felicidad.

 

Haffner.- Y eso sería un error, como usted escribe en Amor líquido, su libro sobre la felicidad y las relaciones.

 

Bauman.- Es el problema del «amor líquido». En tiempos turbulentos necesitamos amigos y una pareja que no nos dejen tirados. Que nos apoyen cuando los necesitamos. El deseo de estabilidad es importante en la vida. Los dieciséis mil millones de dólares de Facebook provienen de capitalizar esta necesidad de no querer estar solo. Pero, por otra parte, huimos del deber de comprometernos con alguien y mantener una relación sólida. En la sociedad existe el temor a estar perdiéndose algo. Buscamos un puerto seguro, pero queremos tener las manos libres.

 

Haffner.- Durante sesenta y un años estuvo usted casado con Janina Lewinson, hasta que ella murió en 2009. En sus memorias, A Dream of Belonging, su mujer escribió que, después de su primer encuentro, no se separó de su lado. Y que usted siempre gritaba «¡qué maravillosa coincidencia!» cuando ambos querían ir al mismo lugar. Y que cuando ella le dijo que estaba embarazada, se puso a bailar en la calle, la besó y causó un gran revuelo, vestido como iba con su uniforme de oficial del ejército polaco. También dice que décadas después de su boda le seguía escribiendo cartas de amor. ¿En qué consiste el amor verdadero?

 

Bauman.- Cuando vi a Janina, me di cuenta enseguida de que no tenía que seguir buscando. Fue amor a primera vista. Nueve días después le pedí que se casase conmigo. El amor verdadero es ese deseo difícil de comprender y, al mismo tiempo, abrumador del «tú y yo», del apoyo mutuo, del querer ser uno. El placer que proporciona algo que no es solo importante para uno mismo. Saber que alguien te necesita o que no eres reemplazable supone una gran felicidad. Es difícil conseguirlo. Y será inalcanzable si uno no abandona la soledad del egoísta, del que solo está interesado en sí mismo.

 

Haffner.- Entonces el amor exige sacrificios.

 

Bauman.- Si la esencia del amor consiste en la voluntad de asistir en todo al objeto de su afecto, de apoyarlo, de animarlo y alabarlo, entonces aquel que ama debe estar dispuesto a relegar la preocupación por sí mismo en beneficio del amado. Debe estar dispuesto a comprender la propia felicidad como un accesorio, como el efecto secundario de la felicidad del otro. De aquel por el que uno, en palabras del poeta griego Luciano, «hipoteca su futuro». En una relación amorosa, el altruismo y el egoísmo no son, como siempre se defiende, enemigos irreconciliables. Se complementan, se funden y, al final, ya no pueden ser diferenciados o separados el uno del otro.

 

Haffner.- La autora americana Colette Dowling se refiere al «complejo de Cenicienta» para denominar el miedo de las mujeres a la independencia. Según Dowling, el deseo de seguridad, de afecto y de cuidado constituye un «revulsivo peligroso» y advierte a sus congéneres de que no deben privarse de su propia libertad. ¿Qué le molesta de esta advertencia?

 

Bauman.- Dowling previene sobre el impulso de querer cuidar a otros y perder así la posibilidad de saltar a un nuevo tren cuando nos apetezca. Un rasgo típico en las utopías privadas de los cowboys y las cowgirls de esta época consumista es que demandan una enorme libertad de movimiento. Consideran que son el ombligo del mundo y no quieren compartir el escenario. Nunca les parece suficiente la atención que reciben.

 

Haffner.- Suiza, el país donde crecí, no era una democracia. Hasta el año 1971 las mujeres, la mitad de la población, no consiguieron el derecho al voto. Todavía no se ha eliminado la denominada brecha salarial y las mujeres están infrarrepresentadas en los órganos de decisión de las empresas. ¿No tienen las mujeres motivos para dejar de ser dependientes?

 

Bauman.- La igualdad en estos ámbitos es importante. Pero en el feminismo debemos diferenciar dos corrientes. La primera es aquella que no distingue entre hombres y mujeres. Ambos tienen que servir en el ejército y ser llamados a filas, y las mujeres se preguntan: ¿por qué a nosotras no se nos permite disparar a personas como a los hombres? La segunda corriente pretende feminizar el mundo. El ejército, la política, todo lo que se ha creado, es de los hombres y para los hombres. Y ese es el motivo por el que muchas cosas no funcionan. Los mismos derechos, sí. Pero ¿deben las mujeres perseguir los mismos valores que los hombres han creado?

 

Haffner.- Y, en una democracia, ¿no deberíamos permitir que esto lo decidiesen las mujeres?

 

Bauman.- No espero en modo alguno que el mundo vaya a mejorar si las mujeres se comportan como lo han hecho y lo siguen haciendo los hombres.

 

Haffner.- En los primeros años de su matrimonio era usted un amo de casa «de manual»: cocinaba y cuidaba de dos niños pequeños mientras su mujer trabajaba en una oficina. Esto debía de ser bastante inusual en Polonia, ¿no?

 

Bauman.- Tampoco era tan inusual, aunque los polacos sean muy conservadores. En este sentido, los comunistas fueron unos revolucionarios, porque consideraban que los hombres y las mujeres eran iguales como empleados. La novedad en la Polonia comunista fue que muchas mujeres comenzaron a trabajar en una fábrica o en una oficina. En aquel momento eran necesarios dos sueldos para poder sacar adelante a una familia.

 

Haffner.- Y eso trajo cambios para la posición de la mujer y también para la relación entre los sexos.

 

Bauman.- Fue un fenómeno interesante. Las mujeres intentaban percibirse a sí mismas como un agente económico. En la vieja Polonia el marido era el único proveedor, el responsable de toda la familia. Pero la contribución de las mujeres a la economía era enorme. Las mujeres realizaban una cantidad ingente de trabajo, aunque nadie la tuviera en cuenta ni pudiera convertirse en un valor para la economía de mercado. Pongamos un ejemplo, la primera lavandería que abrió en Polonia: la gente podía llevar allí su ropa sucia para lavarla y ahorrar así una enorme cantidad de tiempo. Yo recuerdo que mi madre se pasaba dos días a la semana lavando, secando y planchando la ropa de toda la familia. Pero las mujeres se mostraron vacilantes algún tiempo antes de hacer uso de este establecimiento. Los periodistas querían saber por qué y les decían a las mujeres que lavar la ropa en la lavandería era más barato que hacerlo en casa. «¿Cómo puede ser?», exclamaban ellas y hacían cálculos con los periodistas para demostrarles que la suma de los gastos de detergente en polvo, y combustible para calentar el agua era menor que lo que costaba hacer la colada en la lavandería. No tenían en cuenta el trabajo que invertían. No les entraba en la cabeza que este trabajo también tiene un precio.

 

Haffner.- En Occidente las cosas no eran distintas.

 

Bauman.- La sociedad necesitó muchos años para comprender que el trabajo que una mujer realiza en su casa también lleva una etiqueta con precio. Pero, en cuanto fuimos conscientes de ello, en la mayor parte de las familias de Polonia desaparecieron las amas de casa tradicionales.

 

Haffner.- Janina escribe en sus memorias que usted se ocupaba de todo cuando ella sufrió fiebre puerperal tras el nacimiento de sus mellizas. Se levantaba por la noche, cuando lloraban las bebés, Irena y Lydia, les daba el biberón, les cambiaba los pañales, los lavaba por la mañana en la bañera y los colgaba en el patio para que se secasen. También llevaba a Anna, su hija mayor, a la guardería, la recogía y esperaba las largas colas delante de las tiendas para ir a comprar. Y todo esto mientras cumplía con sus obligaciones como docente, tutelaba a sus estudiantes, escribía su tesis doctoral y participaba en reuniones de carácter político. ¿Cómo lo conseguía?

 

Bauman.- Como era frecuente en aquella época en el mundo académico, yo podía organizar mis horarios. Iba a la universidad cuando debía, porque tenía un seminario o una clase. Por lo demás, era un hombre libre. Podía quedarme en mi despacho, ir a casa, pasear, bailar y hacer lo que más me apeteciese. Janina, por el contrario, trabajaba en una oficina. Revisaba guiones, era traductora y editora de la Sociedad Nacional del Cine en Polonia. Y allí tenía que fichar, así que estaba claro que tenía que ser yo el que se ocupara de la casa y de los niños si ella estaba enferma o trabajando. Y esto no era motivo de conflicto alguno, sino que nos parecía natural.

 

Haffner.- Janina y usted crecieron en contextos familiares muy diferentes. Ella provenía de una familia de médicos muy acomodada, mientras que en su familia el dinero siempre había escaseado. Janina tampoco estaba preparada para ser un ama de casa y cocinar, limpiar y realizar todos aquellos trabajos que en su hogar familiar habían recaído en el servicio doméstico.

 

Bauman.- Yo crecí en la cocina y cocinar era para mí una tarea normal. Janina cocinaba cuando era necesario. Lo hacía siguiendo una receta, con un libro de cocina delante, algo que resulta terriblemente aburrido. Y por eso no le gustaba. Yo todos los días veía cómo mi madre hacía magia en los fogones y creaba una maravilla desde cero. No teníamos mucho dinero, pero ella se las apañaba para conseguir un plato delicioso con los ingredientes menos apetecibles. Y así aprendí yo a cocinar de una forma natural. No es ningún talento, y tampoco me lo enseñaron. Simplemente vi cómo funcionaba.

 

Haffner.- Janina decía de usted que era como una «madre judía». Todavía hoy le gusta cocinar, aun-que no tendría por qué hacerlo.

 

Bauman.- Me encanta, porque cocinar es algo creativo. Me he dado cuenta de que lo que hacemos en la cocina se parece mucho a aquello que hacemos con el ordenador cuando escribimos: creamos algo. Es un trabajo creativo, interesante y nada aburrido. Además, una buena pareja no es la combina-ción de dos personas idénticas. Una buena pareja es aquella en la que los dos individuos se complementan. Lo que le falta a uno, lo tiene el otro. Janina y yo éramos así. No le gustaba mucho cocinar, a mí sí, y así nos complementábamos.