El acusador crónico y resentido. Cúbrete tú la espalda con mi dolor... : Necesidad imperiosa de culpar a los demás, buscar un chivo expiatorio, alguien que le quite responsabilidades, alimentar resentimiento, venganza ('Aprendiz de sabio', Bernabé Tierno, 11/126)


Aprendiz de sabio. La guía insuperable para mejorar tu vida

 

- Primera parte: Las doce necesidades insatisfechas, imperiosas, desmedidas, que son consecuencia de nuestros vacíos del alma y nos hacen infantiles, insensatos y desgraciados.

 

- 6.- El acusador crónico y resentido. Cúbrete tú la espalda con mi dolor... : Necesidad imperiosa de culpar a los demás, buscar un chivo expiatorio, alguien que le quite responsabilidades, alimentar resentimien-to, venganza.

 

"La conciencia culpable hace cobardes a los hombres" (Joseph Wamburgh).

 

- ¿Le es familiar la frase "yo no he sido, yo no tengo la culpa"?

 

Cuando somos niños y se nos acusa de algo que no hemos hecho, nos defendemos diciendo que nosotros no somos culpables, pero, al sentirnos acusados en algún momento y para evitar ser castigados, cargamos la culpa sobre uno de nuestros hermanos, culpamos a un inocente y así evitamos ser castigados. En el momento en el que encontramos un chivo expiatorio en nuestra vida, nos hacemos un gravísimo daño a nosotros mismos, porque descubrimos una manera innoble e injusta de cargar las culpas sobre los demás.

 

Los padres y educadores deben estar bien atentos para evitar que los niños aprendan a delatar a los demás y librarse de sus culpas. Hay que alabar la valentía y honradez de quien reconoce y admite que es el causante de cualquier mala acción. El niño debe aprender que su acción puede ser detestable, pero que seguirá siendo honorable y bueno si se arrepiente del mal causado y lo reconoce con humildad y propósito de enmienda.

 

Desgraciadamente no suele ser frecuente que unos padres bien capacitados como educadores enseñen a sus hijos a aceptar sus fallos y errores y a no cargar jamás las culpas sobre los demás. Lo habitual es que desde bien pequeñitos aprendamos a mentir descaradamente y a cubrirnos las espaldas cargando nuestras culpas sobre otros. Pasan los años y ese niño adolescente convierte en hábito la innoble acción de justificar sus actos culpando a otros. Si las cosas no van por buen camino, las culpas son del prójimo, si van bien, ellos son los meritorios. Con esta fórmula siempre queda a salvo la "autoestima"; se van de rositas.

 

Decía al principio que el niño inculpado justa o injustamente aprende a delatar a otros para evitar ser castigado y después va creciendo y ya no le importa hacer daño a personas inocentes. Si no se advierte este problema y se educa de manera correcta al niño y al adolescente para que se sienta bien consigo mismo, reconociendo sus fallos y errores, ese niño llegará a adulto con este esquema de conducta convertido en un acusador crónico. Debo decir que el acusador crónico reúne en sí mismo algunas necesidades imperiosas ya tratadas: ser importante, tener razón y descargar la ira.

 

'Los celos y la envidia' están siempre detrás de todo acusador resentido que constantemente alberga el temor de ser suplantado de su posición o del lugar de afecto y de privilegio que ocupa. Como envidioso recalcitrante que es no consigue estar contento con nada y su tristeza al no poseer las cualidades, méritos o suerte de otros, le instala en el resentimiento. Si no consigue el reconocimiento y la valoración necesaria de los demás o no logra lo que tanto envidia en otros, se desquita, se consuela culpando de sus fracasos y tropiezos a quienes tiene más cerca. La espiral de venganza y la búsqueda de culpables no cesa porque el acusador compulsivo no sacia su sed con las acusaciones en serie realizadas a diestro y siniestro.

 

- Tipos de acusadores.

 

No es fácil catalogar a los acusadores compulsivos, pero yo he conocido a varios por sus técnicas acusatorias. 'Los más primarios', con toda desfachatez, acusan de forma directa a los demás cargándoles el peso de la culpa de forma brutal, sin recurrir en ningún momento al humor o a la finura acusatoria.

 

'Los listillos' recurren a la frase "y tú más". Como hicieron en un programa de televisión el alcalde y el exalcalde de Marbella lanzándose toda clase de acusaciones sobre supuestas conductas mafiosas mientras desempeñaban su cargo. El listillo trata de deshacerse de la acusación, de descargarse de ella acusando al otro de ser más ladrón y mafioso de lo que él fue en su tiempo. Este sistema de desviar la atención sobre uno mismo y la mala acción culpando al otro de cometer acciones mucho más graves es algo cotidiano, como reconocerá el atento lector.

 

'El tipo más fino' de acusador compulsivo, el 'pilatos' no se ensucia sus manos acusando de forma directa a nadie, se limita a destacar y resaltar lo que es criticable y deja la tarea de acoso y derribo de la crítica a otros que son los que juzgan y condenan.

 

El más destructivo de todos los acusadores compulsivos es el 'condensador reactivo' con memoria selectiva para almacenar todos aquellos defectos, fallos, debilidades y miserias, de los que ya le ha culpado en otras ocasiones, pero que cuando surge el menor contratiempo en las relaciones se los lanza todos a la cara en tromba, en cascada. A usted le cogerá de sorpresa, completamente desprevenido, porque estas tormentas de verano en tan sólo unos instantes descargan todos sus rayos y ensordecen con sus truenos de ira y de rabia porque sus autores están llenos de resentimiento, no aguantan más su carga emponzoñadora y tienen que descargar como sea.

 

- Retrato robot del acusador compulsivo.

 

Salvo excepciones, si volvemos a los años de infancia de cualquier acusador compulsivo comprobaremos que creció en un lugar donde prevalecían los métodos dictatoriales, acusatorios y punitivos. Los padres se culpaban mutuamente o uno de ellos cargaba las culpas sobre el otro y lo mismo ocurría con los hijos. El objetivo educativo no era otro que encontrar al culpable y hacerle pagar, pero nadie tenía la feliz idea de tratar de buscar soluciones y alternativas a los problemas y a las conductas negativas. El acusador compulsivo, que aprendió en vivo y en directo a acusar para librarse de culpas, pero no a encontrar soluciones haciendo bien lo que se había hecho mal, recurrirá al mismo sistema inculpatorio en su vida adulta para quitarse de encima momentáneamente el problema y evitar que su autoestima se deteriore. La culpa es del otro y yo quedo a salvo.

 

Pero esta mentira, esta incongruencia va minando su interior, le hace sentirse muy mal, un ser despreciable que no tiene la valentía de asumir su responsabilidad y es tan vil que el odio que acumula contra sí mismo, se emponzoña y se convierte en odio a los demás y en esta espiral de resentimiento, de mentira y de rabia, el acusador compulsivo se queda sin salida, sin razones. Por eso, a la desesperada y de manera compulsiva y fuera de sí busca por todas partes un burro de carga sobre el que depositar sus culpas al tiempo que se alaba a sí mismo, se atribuye méritos y cualidades que no tiene y vive en un estado de engaño permanente que le incapacita para encontrar la salida a su situación deplorable. Nunca está satisfecho con lo que tiene. Necesita dosis más altas de alabanza. Sus necesidades son más importantes que las de nadie. Miente y desfigura la realidad en su beneficio. Sus propósitos siempre justifican los medios.

 

- ¿Dónde está la solución? ¿Puede curarse un acusador compulsivo?

 

Con mucha humildad, un deseo sincero de abandonar una vida llena de mentiras y dejándose ayudar por un psicólogo experto en estos temas. No es fácil porque la comodidad de cargar siempre sobre los demás nuestras culpas no se sustituye tan rápidamente por el amor a la verdad, por la humildad de reconocer que se ha vivido durante años una espiral de mentiras y por la dura realidad de hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestros actos, algo que nunca hemos hecho, pero en esta línea iría el trabajo de recuperación de un acusador compulsivo.

 

- El infierno de un hogar formado por acusadores compulsivos.

 

Ya es un verdadero infierno si uno de los dos cónyuges siempre culpa al otro (también a los hijos) de todo. El que inculpa lo hace desde el resentimiento, la mentira y la cobardía, y crea en todos los miembros de esa familia un resentimiento cada vez mayor y por mimetismo responden inculpando al inculpador o convirtiéndoe en víctimas, que es otra necesidad imperiosa que trataremos después. El hogar es un verdadero infierno y los hijos que crecen en ese hogar caracterizado por un ambiente de crítica constante y en donde todos se culpan y nadie se responsabiliza, en su vida adulta serán un fiel reflejo de sus padres.

 

Estos niños no aprenden a encontrar soluciones porque nadie se lo ha enseñado y cuando se les dice en el colegio o en otro sitio: "Hay un problema al que tenemos que dar solución", su respuesta automática es siempre afirmar que "Ellos no han sido, no tienen culpa de nada". Ocurre algo distinto con niños y adolescentes educados en hogares en los que se les ha enseñado cuál es su deber y responsabilidad y lo que se espera de ellos y cómo dar soluciones a los problemas. Si a estos niños les hacemos la misma pregunta no dudarán en ponerse a nuestra disposición diciendo: "¿Te ayudo? ¿Qué quieres que haga?".

 

- Cuando tú eres el chivo expiatorio, el burro de carga de las acusaciones. ¿Qué puedes hacer?

 

- Ponte en el lugar de tu acusador, reflexiona sobre su pasado, cómo fue culpado y aprendió a culpar y el callejón sin salida en que se encuentra ahora. Es un pobre ser, atrapado en un mecanismo de defensa que le hace sertirse mal consigo mismo.

 

- Ponte a cubierto de sus ataques, dile claramente que tú no eres su chivo expiatorio y que deje ya esa conducta de eterno adolescente cargando sus propias culpas sobre los demás. Dile que le desafías a que te recuerde alguna vez en que se culpó a sí mismo de algo. No podrá hacerlo porque siempre está echando balones fuera. Dile que le hablas con esta sinceridad porque lo aprecias y sabes que ese camino no le lleva a ninguna parte.

 

- Da ejemplo vivo de cómo tú sí eres responsable de tus actos y cargas con tus culpas merecidas, pero no con las de los demás.

 

- Busca algo bueno en quien te inculpa y enséñale a buscar algo meritorio en los demás. Que perciba la satisfacción de ver que otro se siente bien porque le reconoce cualidades y méritos.

 

- Enséñale al acusador lo que se siente cuando se cambia de chip y deja uno de cargar las culpas sobre los demás y se hace responsable de su vida y de sus actos. Probablemente tú también has sido acusador de otros y puedes hablarle de tu propia experiencia; esto le ayudará especialmente.

 

(Bernabé Tierno)