José Carlos Ruiz, filósofo: "Hemos aprendido a jerarquizar de nuevo la vida. Y ésa es una lección muy valiosa para el siglo XXI"

El desánimo crónico se ha convertido en uno de los males de nuestro tiempo. Es el diagnóstico del filósofo José Carlos Ruiz y el tema central de su nuevo libro. A pesar de todo, dice que hay muchas razones para el optimismo

 

    "La autoayuda es un atajo fácil que evita el análisis en una sociedad hiperactiva que sólo busca recetas rápidas"

 

    "Eso de que hay que salir de nuestra zona de confort me resulta dañino y violento"



 

Cuando estalló la pandemia, su nuevo libro todavía estaba a medias. José Carlos Ruiz (Córdoba, 1975) ya había detectado que el desánimo, en muchos casos crónico, planeaba peligrosamente sobre nuestras vidas. Por eso, quería reflexionar sobre el efecto de las redes sociales en nuestra personalidad o la presión auto-impuesta que secuestra, incluso, nuestro tiempo de ocio. Pero también sobre la omnipresencia de los "idiotas hipermodernos". El resultado es 'Filosofía ante el desánimo. Pensamiento crítico para construir una personalidad sólida' (editorial Destino). Doctor en Filosofía y profesor de la Universidad de Córdoba, José Carlos Ruiz estudió en la Sorbona de París y se especializó en pensamiento crítico, pero también en el análisis de la sociedad hipermoderna. El éxito de sus libros, 'De Platón a Batman: manual para educar con sabiduría y valores', 'El arte de pensar' o 'El arte de pensar para niños', le ha permitido aproximar la filosofía a lo cotidiano, aunque en ocasiones eso le haya costado los reproches de los más puristas.

 

- Para un filósofo como usted, ¿un tiempo convulso como éste es un desafío intelectual?

 

- A nivel filosófico, ha sido estimulante porque el cambio de paradigma te hace poner el foco en elementos que antes pasaban desapercibidos. Además, los medios están acudiendo a la filosofía en busca de explicaciones. Nunca había visto a dos filósofos debatiendo en 'prime time' y ahora está sucediendo. La gente no ha acudido a la autoayuda.

 

- Es muy crítico con ese tipo de literatura.

 

- La autoayuda es un atajo que te evita el análisis. Durante una época, triunfó porque vivimos en una sociedad hiperactiva que busca recetas rápidas. Hay quien me ha dicho que en este libro no explico cómo combatir el desánimo. Pero si te digo lo que tienes que hacer, estoy escribiendo un libro de autoayuda y dar consejos genéricos me parece imposible y peligroso. Yo analizo cómo creo que se filtra el desánimo. Tú te lo lees y si te sientes identificado, le pones solución.

 

- La gente se está acercando a la filosofía. ¿Y la filosofía a la gente?

 

- Sí, ¡por fin! Antes, estos libros se escribían para que te leyeran otros filósofos. Y a mí me parecía una locura. Es como si sólo pintas cuadros para que los vean otros pintores.

 

- No era su caso. Siempre ha apostado por un tono más divulgador.

 

- Sí, y he recibido guantazos de los académicos, algunos bastante gordos, porque consideran que mis libros no están a la altura. A veces me dan ganas de decir: "Es que yo no escribo para ti". Me interesa más el lector. Ese salto se ha dado, espero que no sea una moda.

 

- ¿Qué nos conduce al desánimo crónico del que alerta el libro?

 

- La virtualización de la vida está haciendo que le dediquemos demasiado tiempo al avatar, al yo virtual, que a menudo se posiciona por encima del yo real. Acudir a las redes sociales sin un aparato crítico bien construido es una de las formas que alimenta ese desánimo. Conceptos como el éxito o la belleza se filtran al mundo real de manera irreflexiva.

 

- La pandemia sólo ha intensificado una realidad que ya existía, ¿no?

 

- Es algo que ya había apreciado en amigos que no estaban contentos en el trabajo o con la pareja. Hemos asumido modelos de vida en los que el entusiasmo es altísimo. O tienes el trabajo más ilusionante del mundo o te sientes un paria. El paria contemporáneano que va a trabajar desanimado. Eso era lo normal para nuestros padres. Hoy no. Y eso lo puedes aplicar a casi todo.

 

- Asegura que ya ni siquiera sabemos disfrutar del ocio.

 

- Porque lo hemos profesionalizado. Ya no sales a correr para hacer deporte y despejarte, sino para competir contigo mismo. Cuentas los pasos, las calorías que quemas... antes, no sometíamos nuestro tiempo libre a un juicio sobre su productividad; ahora sí.

 

- Es usted un defensor acérrimo de la rutina. ¿Por qué?

 

- Ahora todo gira en torno al concepto de acción. El deleite, la contemplación, encontrar una zona de confort en la que sedimentar una identidad placentera, no es productivo a nivel social. En los últimos años, se ha vendido un mensaje en torno a la proactividad, la innovación y la creatividad que es muy dañino, porque te invita a buscar nuevas referencias constantemente.

 

- La zona de confort también está bastante demonizada.

 

- Sí, y lo realmente interesante es crear esa zona de confort y encontrarte a gusto en ella. Eso de que hay que salir de tu zona de confort me resulta muy violento. La rutina forma parte de nosotros desde el inicio de los tiempos. Cuando pierdes la rutina, pierdes parte de tu identidad. En la pandemia se ha evidenciado en las relaciones de pareja...

 

- ¿En qué sentido?

 

- Muchas parejas se han divorciado porque no han superado la prueba del recogimiento. Nuestras vidas están orientadas a la dispersión. Y cuando la vida en pareja gira en torno a una agenda repleta de actividades y te confinan, mucha gente ha descubierto que no habían construido esa zona de confort.

 

- Con tantas redes y tanto Zoom, ¿el concepto de amistad también está cambiando?

 

- Sí. Antes la amistad se creaba en torno a la vivencia: cuando te ibas a tomar una caña o a jugar al pádel. Pero cuando empezamos a sustituir las vivencias por videoconferencias o notas de voz en WhatsApp empiezas a eliminar la realidad física para sustituirla por la virtual. Porque, entre otras cosas, es más cómodo: controlas el mensaje, el tiempo, la mirada del otro...

 

- Describe al "idiota hipermoderno" como un nuevo tipo de iluminado que habita en las redes sociales. ¿Son un peligro para sí mismos o para la sociedad en su conjunto?

 

- El idiota de verdad no se entera de que lo es y no se considera un peligro. Se cree en posesión de la verdad. Personalmente, los fanáticos me dan lástima. Sócrates pensaba que las personas que hacen el mal, lo hacen por ignorancia y es difícil cargarles con la responsabilidad de su estulticia. Y yo siempre me imagino a los 'haters' como pobres desgraciados con falta de conexión, de empatía y de amor. Me dan pena.

 

- Ante una realidad donde reina el desánimo, ¿es razonable ser optimista?

 

- Sí, claro. Estamos aprendiendo sobre la marcha y a golpes, y por eso estamos desorientados. Pero cuando te noquean, tarde o temprano recuperas el equilibrio. Muchas gente ya está haciendo este autoanálisis y decide desconectarse de las redes, dejar los grupos de WhatsApp, hace períodos de desintoxicación... cuando la avalancha esté más controlada, recuperaremos el equilibrio. Iremos encontrando formas de sentirnos a gusto con ese avatar que hemos creado. El ser humano tiene una capacidad maravillosa para encontrar el bienestar en todo lo que hace. Ahora somos 7.000 millones de cerebros conectados a internet. Si con esa capacidad, que ha hecho posible que la vacuna esté lista en menos de un año, no somos optimistas... Apaga y vámonos.

 

- Parece que acariciamos el final de la pandemia. ¿Sabremos gestionar el regreso a la normalidad?

 

- Creo que la gente querrá recuperar la inercia que llevaba lo antes posible. Pero, al menos, hemos aprendido a jerarquizar de nuevo la vida. Poner en valor y volcar la intensidad y la atención en las cosas que realmente importan me parece una lección muy valiosa para el siglo XXI.

 

(Ixone Díaz Landaluce, Mujer Hoy, Ideal, 17/07/21)