Siempre sereno y en calma ante los gritos ('Aprendiz de sabio', Bernabé Tierno, 40/126)


Aprendiz de sabio. La guía insuperable para mejorar tu vida

 

- Tercera parte: Cien "lecciones-reflexiones" de sabiduría esencial que deben ser bien meditadas y llevadas a la práctica en la vida cotidiana.

 

- 15.- Siempre sereno y en calma ante los gritos.

 

"Porque los hombres gritan para no oírse, para no oírse cada uno a sí mismo, para no oírse los unos a los otros" (Miguel de Unamuno).

 

"Cuando más grite y se exaspere tu oponente, más te ataque y pierda el control de sí mismo, más largo y profundo debe ser tu silencio, más calmada, serena e impasible tu actitud y más tardía y pausada tu respuesta".

 

Antes de escribir unas palabras sobre los gritos desaforados, las expresiones groseras, las descalificaciones y la falta de control, a lo largo de una semana (junio de 2004), me he tomado la libertad de echar un vistazo, zapeando, a los diversos programas de todas las televisiones en las que se diserta cada día sobre los noviazgos, cameos, miserias, proezas sexuales e infidelidades de los personajes de ese mundillo del "corazón".

 

La conclusión a la que he llegado es que el "éxito" (para mí inexplicable) de la telebasura se debe a dos constantes sobre las que se sustentan estos programas.

 

- La 'primera' es que todas las variantes temáticas confluyen en un monotema común que es no tener nada importante ni de verdadero contenido que decir (sólo rumores, cotilleos, chismes y estúpidas vaciedades).

 

- La 'segunda' es que todos los que debaten ¡están cargados de razones! En este mundillo del chismorreo, hablan a gritos, se quitan la palabra constantemente y se desplazan con sus expresiones insultantes, chulescas y groseras.

 

Me viene a la mente una frase que rescaté para mí del impar Enrique Jardiel Poncela hace algunos años: "Todos los hombres y mujeres que no tienen nada importane que decir hablan a gritos". Ya sé que no siempre es así y que hay excepciones. ¿Por qué gritas tú? Piénsalo y sé sincero contigo mismo. Puede ser que grites porque tu interlocutor no te escucha o se va por la tangente, y piensas que si le gritas le obligarás así a escucharte. Eso puede ocrrirte en alguna ocasión. Pero otras veces también gritas para apagar las voces y la razones de tu conciencia, que no deja de recordarte esa realidad insoslayable que pretendes pasar por alto.

 

A veces gritamos, no sólo para no oír la propia conciencia sino, sobre todo, para no escuchar ni atender los argumentos, las peticiones razonables y las demandas de los demás. ¡Nos duele la verdad del otro y la consistencia de sus argumentos!

 

Espero que el lector de este libro no pertenezca a un tipo "especial" de personas que, siendo conscientes de que no llevan razón, que están cometiendo un desatino y causando un grave daño a alguien concreto, a fuerza de gritos y sinrazones, pretenden robustecer su opinión y acallar su conciencia.

 

Al final del curso pasado, una joven profesora, que desempeñaba con gran capacidad y solicitud su labor educativa y se encontraba en período de pruebas, fue echada de su puesto de trabajo por el presidente de una sociedad que regenta un colegio. Las razones que aducía este individuo eran que "la echaba porque a él le daba la gana". De nada sirvió que los padres de los alumnos se opusieran y le suplicaran, diciéndole que era la mejor profesora que habían tenido sus hijos.

 

Estaba en período de pruebas y esta magnífica profesora perdió su trabajo, su ansiado primer trabajo, porque le daba la gana a alguien que tiene mayoría de acciones en el colegio, pero ninguna capacitación personal ni profesional para juzgar y evaluar a un profesor. Lógicamente, la fuerza de sus argumentos (gritos) no podía ser otra que ¡¡porque a mí me da la gana!! Poco después, el estado de angustia, desesperación y estrés en que quedó inmersa la joven profesora ante tamaña injusticia la llevó a sufrir un infarto cerebral, del que por suerte se ha recuperado en parte. Como psicólogo, sé muy bien adónde puede llevar un estrés postraumático y que una canallada así pudo conducirla a la muerte.

 

No me cabe la menor duda de que alguien capaz de obrar así es consciente de su desatino y del tremendo daño causado a una buena persona. Al final y hasta hoy venció el mal, supo llevarse las aguas a su cauce. Sus gritos y amenazas seguramente lograron acallar su conciencia (¿tiene conciencia una persona así?) y robustecer su aviesa e incalificable intención. ¿Asistimos al triunfo del mal? Yo creo que no. La aparente dulce satisfacción que puede proporcionar salirse con la suya a costa de causar un grave daño a un inocente se troca antes o después en amargura. Todos los gritos, amenazas y sinrazones pueden probablemente acallar la conciencia de las personas que carecen de ella, pero no pueden silenciar la conciencia de la verdad.

 

En casos como éste, como respuesta a los gritos de la maldad y de la mentira, no conozco mejor respuesta que el profundo silencio del desprecio, en el sentido de no hacer el menor aprecio a esas personas y esas conductas.

 

(Bernabé Tierno)