¿Qué voy a hacer con mi futuro? Aprender a caerse, aprender a levantarse ('¿Qué hago con mi vida?', Ángel Peralbo, coordinador, 5/30)


¿Qué hago con mi vida? De la revolución de los 20 años al dilema de los 30

 

- Capítulo 1: ¿Qué voy a hacer con mi futuro?

 

Por Óscar Pérez Cabrero:

 

- 1.3.- Aprender a caerse, aprender a levantarse.

 

"- Quería salvar Gotham... y he fracasado.

 

- ¿Por qué nos caemos? Para aprender a levantarnos, señor Wayne" (Diálogo de 'Batman Begins', Warner Bros. Pictures, 2005).

 

"Trabaja duro y alcanzarás tus sueños". "Estudia mucho y de mayor podrás dedicarte a lo que desees". ¿Cuántas veces habrás escuchado frases motivadoras de este tipo? Generalmente se pronuncian en el momento necesario, el de alentar cuando la sombra de la pereza asoma. Pero tanto abusamos de ellas que terminamos perdiendo de vista algo que no se advierte con la suficiente frecuencia: el camino, si merece la pena, presentará obstáculos y, si no haces trampas, tropezarás con más de uno. De esto no te habían avisado, quizá para no preocuparte, pero también forma parte de la vida.

 

La crisis del coronavirus se ha convertido de un día para otro en el mejor ejemplo posible para ilustrar esto. Esta crisis ha llegado a nuestras vidas sin darnos tiempo para asimilarla, condicionándolas por completo en el mejor de los casos y llevándose por delante miles de ellas. El SARS-CoV-2 ha demostrado ser un enemigo despiadado. Su alto índice de contagios y el sigilo con el que se mueve entre portadores no sintomáticos ha desencadenado una pandemia de dimensiones sólo vistas en los libros de historia.

 

Es una tragedia, y buscar otra palabra menos dramática al describirlo sólo serviría para caer en el eufemismo. Ahora bien, echa un vistazo a cómo fue respondiendo la gente. Nuestros sentimientos gregarios traspasaron las paredes de nuestras casas a través de la tecnología, y ahí estábamos todos puntuales, aplaudiendo a los que velaban por los demás. Poco a poco fuimos descubriendo iniciativas para superar la frustración que generaba no poder ayudar de otro modo, como la de escribir cartas a unos enfermos que sufrían en soledad. "A este virus lo mata la solidaridad" es un clamor popular nacido del consejo de los profesionales de la salud, y esa solidaridad brotó en los barrios de diferentes formas, desde el confinamiento responsable hasta llevarles la compra a los más vulnerables a la exposición social durante la pandemia.

 

Nadie estaba preparado para esto, y sin embargo la sociedad ha sabido responder. No sin dolor, no sin un miedo inevitable, no sin bajarse de una "montaña rusa emocional", pero con ganas de salir adelante a pesar de todo. En el océano de apelativos positivos con los que se puede describir esta reacción hay un fondo que quizá le quite romanticismo al tema: el motivo por el que se ha reaccionado así es porque, simple y llanamente, no quedaba más remedio. Cuestión de supervivencia. Ha sido un palo muy fuerte, pero a él le ha seguido nuestra capacidad para levantarnos, cuyos cimientos están en el apoyo de los demás. Un apoyo fundamental porque, no lo olvidemos, aquí hablamos de la sociedad en sentido amplio, cuando hay individuos que, evidentemente, han podido atravesar circunstancias más complicdas que la mayoría.

 

- Revisando el concepto de fracaso.

 

"Ningún mar en calma hizo experto a un marinero" (Dicho anónimo).

 

Lidiar con la frustración es una tarea que cada cierto tiempo te tocará asumir, y por eso sería interesante que empezases por revisar tu concepto de fracaso. El fracaso es una de las palabras más maltratada de nuestro tiempo. A menudo la encontramos asociada a connotaciones negativas, o explicada como el resultado de la incapacidad o la holgazanería. Nada más lejos de la realidad. Si estamos de acuerdo en que la perserverancia es una de las claves del éxito, entonces el fracaso es un ingrediente más. Éxito y fracaso son dos caras de una misma moneda, pues no puede existir la una sin la otra. Piensa en una historia de éxito que esté desprovista de fracaso, ¿qué te inspira? Posiblemente, una de dos: desconfianza o injusticia. Desconfianza porque parezca falsa, e injusticia porque no se detecta entonces el mérito para alcanzar ese presunto éxito.

 

Volveremos sobre este tema en el capítulo 4, "Emociones: las lágrimas son tan importantes como las risas", no sin antes presentar una serie de preguntas que podrían ayudarte a enfocar las cosas cuando la situación y tu manera de interpretarla se te hagan cuesta arriba:

 

(Gráfico 3):



- El caso de Carlota. Cuando el fracaso termina siendo una bendición.

 

Carlota acudió a nuestra consulta, animada por sus padres, en un momento crítico para ella. Tras realizar las pruebas de acceso a la universdiad, los resultados de los exámenes no habían sido tan buenos como deseaba. Se había esforzado mucho y tanto sus padres como sus profesores daban buena cuenta de ello. En más de una ocasión la habían animado a tomarse un descanso de tanto estudio. Sus calificaciones también lo certificaban, pues habían sido notables; sin embargo, no eran suficientes para aspirar a estudiar la carrera que ella quería, Medicina, en una universidad pública.

 

Los padres estaban muy orgullosos de ella, y les generaba tanto disgusto ver que su hija no había alcanzado su objetivo que estaban dispuestos a hipotecarse para que Carlota se matriculase en una universidad privada. Aunque era un desafío para su economía, eran conscientes de que se trataba de una inversión.

 

Carlota amagó con acceder a una facultad de medicina privada, pero no le terminaba de convencer la idea. Se sentía muy agradecida a sus padres, pero no quería ser la responsable de que cargaran con ese esfuerzo extra, y ellos, aunque insistieron, se lo supieron respetar. Había llegado a un punto en el que me confesaba que sentía que no se lo merecía, y que dudaba de si iba a ser capaz de sacar la carrera adelante. La idea de esperar un año para repetir las pruebas de acceso le espantaba, pues tanto tiempo le parecía un mundo y tampoco le garantizaba nada. Estaba decidida a dar el salto a la universidad, pero no le iba a quedar más remedio que renunciar al que hasta entonces había sido su sueño.

 

Aunque es un concepto que tenemos más asociado a la pérdida de seres queridos, lo que Carlota estaba atravesando era un proceso de duelo. Para ayudarla, empezamos desgranando qué era lo que le entusiasmaba tanto de la medicina, cuáles eran sus motivaciones. Resulta que Carlota había tenido problemas carídacos, por lo que su relación con la medicina era estrecha. Fue sometida a una operación crítica, de la que salió muy bien parada, y más allá de la gratitud a los profesionales que la atendieron, lo que encontró en ellos fue inspiración. Además, su tía, con la que tenía una relación muy estrecha, era pediatra, y se había convertido en un referente muy importante para ella.

 

No eran ésas sus únicas motivacione,s aunque sí las más especiales. Carlota también reconocía ser consciente de lo que ella llamaba el prestigio social que daba ejercer la medicina, y por supuesto el salario al que podía aspirar. No obstante, la decisión que tomaría más adelante reveló que su vocación de sanitaria estaba por encima de estas cuestiones, pues se decantó por matricularse en Enfermería.

 

Aprovechando su experiencia como paciente, nos centramos en reivindicar la figura de las enfermeras que la atendieron, y en explorar las ventajas que tendría ejerciendo como tal. Carlota se acordaba aún del nombre de todas las profesionales que cuidaron de ella tras la operación cuando estuvo ingresada. Se dio cuenta, además, de que su trabajo implicaba un mayor contacto con los pacientes, cosa que le encantaba, y su propia tía le confirmó esta suposición.

 

Cuando por fin llegó a su buzón la carta de admisión en la escuela de Enfermería, Carlota recibió la noticia con ilusión -nada que ver con la resignación que al principio se podría vaticinar-. No había sido un amor a primera vista, pero no por ello dejó de ser amor lo que terminó sintiendo por su trabajo. Cuando, tiempo más adelante, empezó con las prácticas hospitalarias, Carlota no podía sentirse más afortunada con lo que hacía.

 

- El caso de José. Cuando el fracaso forja nuestro carácter.

 

José tenía treinta y dos años cuando llegó a nuestra consulta. Llevaba tres meses en el paro tras haber realizado su empresa un ERE (Expediente de Regulación de Empleo, un procedimiento para despedir o suspender trabajadores). José llevaba desde los veinte años trabajando en un almacén, empezó como mozo y llegó con el tiempo a promocionar a un puesto de mayor responsabilidad. Era una persona muy activa, y verse de repente sin trabajo lo llenaba de amargura. Las primeras semanas había echado multitud de currículos, pero ante la falta de respuestas se vino abajo.

 

Para poder ayudar a José, además de conocerlo, era necesario saber más de su historia y del contexto de su despido. A José nunca le había gustado estudiar, por lo que dejó de hacerlo cuando consiguió su graduado de secundaria, que su trabajo le costó. Era una persona extraordinariamente inquieta a la que sentarse delante de un libro le quemaba, pero cuando se ponía manos a la obra con algo se sentía realizado. Al cumplir los dieciocho años, el panorama en España para encontrar empleo era muy complicado, así que, como muchos otros jóvenes que optaban por probar suerte en otros países de Europa, hizo las maletas. Tenía un familiar en Múnich que le animó a mudarse allí y le ofreció todas las facilidades que pudo.

 

Cuando estuvo en Alemania no le faltó el trabajo, se acomodó a la cultura local y logró hacer amistades con otros hispanohablantes. Sin embargo, con el paso de los meses le tocó despedirse de muchos amigos que no pretendían quedarse a vivir allí, viajar a España o recibir visitas cada vez era más complicado por su trabajo, y para colmo se le empezó a atragantar el aprendizaje del idioma. Él lo ilustraba con humor: "Después de un año ahí, lo más elaborado que sabía decir era pedir 'Weissbier' (cerveza de trigo) y codillo de cerdo". Cuando llevaba cerca de dos años, se le presentó la oportunidad de volver a España para trabajar en una filial de su empresa que se había establecido aquí, y no dudó ni un segundo. "No había nada que me atase a Múnich más allá del trabajo, y echaba muchísimo de menos a mi familia y amigos. Llegó un momento en el que prácticamente vivía para trabajar, y no al revés", decía. "Tuve esa revelación cuando vino a verme un primo mío, gracias a él visité los principales puntos de interés turístico de Baviera, los que más me fascinaron. Hasta entonces no había visto mucho más allá del centro de la ciudad".

 

Como podrás intuir, conocer esta etapa de la vida de José resultó de gran utilidad para ayudarle a enfocar las cosas. Es lo que los psicólogos llamamos "prueba de realidad". José estaba convencido de que no podía estar bien hasta que no encontrase un trabajo, que su felicidad dependía de eso, cuando este episodio de su propia biografía daba cuenta de que, en realidad, el trabajo no era lo más importante para él. Desde el punto de vista económico su situación tampoco era de emergencia, pues las condiciones del despido le dejaban cubierto durante una buena temporada.

 

Otro punto a abordar en el caso de José era cómo había llevado a cabo la búsqueda de empleo. Era la primera vez en la vida que se enfrentaba a algo así, porque su primer empleo se lo encontró su tío, y desde entonces había hecho carrera en la misma empresa, incluso con el traslado. José se había limitado a crearse un perfil en una plataforma virtual de búsqueda de empleo y a apuntarse a ofertas en las que creía que podía encajar, pero entre tantos solicitantes no había tenido suerte. Aunque no es una opción que descartar, los psicólogos sabemos que no es, ni de lejos, el método más efectivo para encontrar empleo.

 

"En 2016, la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística (INE) revelaba que el 41,68% de los asalariados entre dieciséis y treinta y cuatro años había encontrado su empleo actual a través de familiares, amigos o conocidos. Otro 21,73% lo había logrado solicitándolo directamente a un empresario. En consulta se percibe que el medio favorito entre la juventud para buscar empleo es suscribirse a ofertas en internet; sin embargo, este método no parece ser tan exitoso, pues no alcanza ni el 10% en la citada EPA".

 

El hecho de estar en el paro a su edad le hacía sentirse avergonzado, por lo que José ni siquiera había puesto al corriente a la mayoría de su entorno, ¡una pieza clave en la búsqueda de empleo! Su vergüenza era absolutamente injustificada cuando, además, el motivo de su despido no tenía nada que ver con su desempeño o su trato con los compañeros. José se había ganado fama no ya de buen profesional, sino de gran persona, y su despido había sido uno más de tantos en un momento de problemas a nivel de toda la empresa por motivos de coyuntura económica. A medida que se fue despegando de ese sentimiento, sus pasos lo llevaron, más que a enderezar mejor su búsqueda de empleo, a darse cuenta de la confianza y el cariño que tanta gente le profesaba.

 

Con todo, el momento de encontrar trabajo no llegaría enseguida, pero tampoco era ése el objetivo, sino sobrellevar la espera con buen ánimo. Más allá de la inyección de moral y esperanza que logró tras pedir ayuda a otros, trabajamos también en el establecimiento de rutinas con las que llenar su agenda más allá de la búsqueda de empleo, así como la importancia de las merecidas actividades gratificantes. Sobre estos aspectos profundizaremos en el próximo capitulo, "Organizar y gestionar las responsabilidades de estudio o de trabajo".

 

- A modo de resumen...

 

- Caerse es inevitable, lo harás muchas veces, pero te enseñará a levantarte.

 

- El dolor tras una caída también es inevitable. Aprender a levantarse no significa ser inmune a los golpes, sino hacerlo a pesar de un dolor que se mitiga a medida que se da ese movimiento.

 

- Si te cuesta levantarte, no dudes en pedir ayuda. Nadie ha dicho que tengas que hacerlo por tu cuenta, no te hace inferior necesitar apoyo, sino que te humaniza.

 

(Ángel Peralbo, coordinador)