¿Qué voy a hacer con mi futuro? El manejo de las expectativas ('¿Qué hago con mi vida?', Ángel Peralbo, coordinador, 4/30)


¿Qué hago con mi vida? De la revolución de los 20 años al dilema de los 30

 

- Capítulo 1: ¿Qué voy a hacer con mi futuro?

 

Por Óscar Pérez Cabrero:

 

- 1.2.- El manejo de las expectativas.

 

Podríamos definir las expectativas como la idea que nos formamos con respecto a algo que aún no ha sucedido. Que luego éstas se ajusten o no a la realidad va a condicionar en gran medida nuestra satisfacción posterior, por lo que conviene ser cautos con ellas. Te propongo un ejemplo de lo más trivial: vas a ver una película de la que te han hablado maravillas. Al terminar, resulta que no te ha entusiasmado mucho y eso te genera decepción. ¿Por qué? Probablemente, por las expectativas tan altas que habías depositado en ella. Nunca sabrás con qué cara habrías salido del cine si simplemente la hubieses escogido al azar, sin esperar gran cosa. Afortunadamente, también hay ejemplos en la dirección inversa: esa típica película que ves al final del día, sin más pretensiones que despejar la cabeza antes de acostarte, y resulta que te entretiene muchísimo. Ten en cuenta que si cambiásemos al protagonsita de cada ejemplo, ambos podrían ser perfectamente válidos con la misma película: la cuestión no es tanto la película en sí, sino la combinación de la película con lo que esperamos de ella.

 

Aunque no hemos mencionado aún la palabra estrella de este capítulo, habrás intuido ya con qué tienen una relación directa las expectativas: con el futuro. Como el futuro va más allá de la película que voy a ver a continuación, y se alarga indefinidamente, podemos complicarnos mucho la vida si no tenemos bien ajustada nuestra capacidad de generar expectativas. No se trata de plantearse expectativas muy positivas, aunque tampoco de todo lo contrario. Si nos pasamos de optimistas caemos en la ingenuidad y la decepción posterior, pero el pesimismo no es el remedio, pues su consejo puede cortarnos las alas donde no debe. En mitad de esta falsa dicotomía está la clave: se trata de ser realistas, ni más ni menos.

 

Ahora bien, ¿cómo saber si son realistas tus expectativas? Para empezar, resulta de gran utilidad fijarse en otros modelos, en personas que han conseguido aquello que te propones, e investigar cómo han hecho para lograrlo. Te darás cuenta de que en la mayoría de los casos hay que tener presentes dos dimensiones: el nivel de ambición de las metas propuestas y el tiempo que lleva alcanzarlas. Por el camino, las dosis de esfuerzo, las frustraciones, la superación de éstas y, por supuesto, el margen que siempre queda al azar. El siguiente gráfico no pretende ser un modelo universal, sino una mera simplificación de la realidad. Con él se intenta ilustrar la correspondencia que hay habitualmente entre la ambición de las metas y el tiempo que requiere cumplirlas.

 

(Gráfico 1):


Tal como refleja la imagen, a corto plazo las metas a las que se puede aspirar generalmente van a ser las menos ambiciosas, los pequeños pasos. Sin embargo, no por ello hay que renunciar a cotas más altas: con tiempo y constancia también pueden ser asequibles. Supongamos, por ejemplo, que el objetivo es independizarse económicamente y hacerlo ganándose la vida con una profesión vocacional. Hay toda una serie de pasos intermedios: acceder a la formación necesaria, superarla, adquirir experiencia, encontrar un trabajo, conseguir una cierta solvencia... Todo esto lleva necesariamente su tiempo. No obstante, conviene ir reconociéndose cada uno de esos logros que se consiguen en el corto plazo en pos de motivarse (sobre este tema hablaremos largo y tendido en el capítulo 2 "Organizar y gestionar las responsabilidades de estudio o de trabajo").

 

Hablábamos anteriormente de la utilidad que tiene fijarse en otros modelos para calibrar el realismo de nuestras expectativas. Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de hacer estas comparaciones son las circunstancias que rodean a cada cual. Si perdemos esto de vista, fácilmente haremos buena la sentencia que dice que "las comparaciones son odiosas". Teniendo en cuenta que los modelos en los que nos vamos a fijar para esbozar un proyecto vital generalmente van a tener una edad superior a la nuestra, conviene rescatar el siguiente extracto del "Libro Blanco sobre el futuro de Europa" (M. Mateos Toribio, "Libro Blanco sobre el futuro de Europa. Reflexiones y escenarios para la Europa de los Veintisiete en 2025", Comisión Europea, 'Journal of Supranational Policies of Education', Bruselas, 2017), un informe elaborado por la Comisión Europea en el año 2017: "Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, existe un riesgo real de que la actual generación de jóvenes adultos acabe teniendo unas condiciones de vida peores que las de sus padres. Europa no puede permitirse perder al grupo de edad más formado que ha tenido nunca y dejar que la desigualdad generacional condene su futuro".

 

Analizar el escenario sociopolítico mundial excede los propósitos de este libro; no digamos ya plantear soluciones a los diversos desafíos que puedan emerger. Pero sí resulta interesante en este punto advertir del error que podemos cometer si a la hora de compararnos con generaciones anteriores lo hacemos de manera superficial. En consulta nos encontramos a menudo con sentimientos de fracaso fruto de comparaciones de este tipo. Quizás al conocer los hitos vitales que tus padres habían superado ya a tu edad, alguna vez te hayas preguntado "¿qué estoy haciendo mal con mi vida?". Me refiero a logros como independizarse, conseguir un trabajo estable o comprar una casa, por ejemplo. Bueno, pues tenemos un mensaje tranquilizador para ti: no tienes por qué estar haciéndolo mal. No seas injusto contigo. A la hora de definir lo que es normal (en el sentido de frecuente, habitual), trata de establecer el baremo propio de tu generación; así, cuando quieras medir tanto tus retos alcanzados como tus aspiraciones futuras, lo harás de manera más justa.

 

Situarse en el contexto actual tampoco debe hacernos perder de vista la lección que nos dejan las generaciones previas. Aunque la stiuación fuese otra y las posibilidades distintas, hay cosas que nunca cambian: esfuerzo, constancia, disciplina y demás conceptos que a veces suenan antipáticos son en realidad un denominador común entre generaciones. Por mucho que antes fuese viable comprarse una casa a una edad inferior a la de ahora, eso no significa que las regalasen. Y por mucho que antes fuese más fácil acceder a ciertos puestos de trabajo con los estudios básicos, tampoco debemos desmerecer la utilidad de la formación reglada.

 

- El caso de Pilar. Cuando asoma la impaciencia.

 

Pilar acudió a nosotros en un momento de mucha angustia. A sus veintiséis años, empezaba a agobiarla la sensación de haberse estancado, de no alcanzar sus metas y quedarse rezagada respecto de su entorno. Se sentía muy acomplejada por vivir aún en casa de sus padres, y ese complejo se le fue atragantando cuando sus amigos empezaron a independizarse con sus respectivas parejas, o a vivir en pisos compartidos con otras amistades. Decía sentirse fracasada, y también desesperada.

 

La trayectoria académica de Pilar había sido la siguiente: estudió un doble grado universitario en Administración y Dirección de Empresas (ADE) y Derecho. Al terminar hizo el 'Master of Business Administration' (MBM). Lo primero le llevó siete años, pues el plan de estudios era de seis y se demoró otro año más por un bache, ya superado, durante la carrera. "Se me juntaron varias cosas, desde la ruptura con mi pareja hasta dudas sobre si me gustaba lo que estudiaba, aunque con el tiempo ya se fueron disipando", decía. El máster posterior, que era muy exisgente, requería otros dos años, con lo que ya se le habían juntado nueve años dedicados de manera casi exclusiva a estudiar. En los veranos había ido alternando trabajos de diversa índole, desde monitora de campamentos hasta administrativa, pero sin más pretensiones que ganarse un dinero para cubrir sus gastos.

 

En el momento de venir a terapia, llevaba un par de meses trabajando para una importante compañía con un contrato de becaria. Era la misma empresa en la que había hecho sus prácticas del máster y estaba satisfecha tanto con el ambiente como con el trabajo que se le asignaba, pero no tanto con su estatus y su salario.

 

Algo que no pasa inadvertido al ojo experto es el discurso de una persona acerca de sí misma. En el caso de Pilar era especialmente sospechoso, porque parecía incapaz de mencionar una sola cosa buena que la caracterizase. En un momento dado puse esta hipótesis a prueba y, efectivamente, así era: al pedirle explícitamente que se describiese a sí misma, por escrito, en formato libre y sin matizar más la pregunta, lo que plasmó fue un listado de defectos con alguna tímida mención a su lealtad hacia sus seres queridos. La ratio entre virtudes y carencias resultaba alarmante, y ni siquiera al revelárselo era consciente de su error. Era incapaz de ver que el problema en sí estaba en su manera de juzgarse, y eso que no era la primera vez que lo escuchaba.

 

A partir de ahí, el trabajo con Pilar se fundamentó en dos facetas: reestructurar sus pensamientos con respecto a su trayectoria y enfocarla en sus virtudes y méritos. Para lo primero trabajamos en corregir su tendencia a sesgar las cosas hacia lo negativo. No se trataba de pintarle nada de color de rosa, sino simplemente de un modo más realista. Así, por ejemplo, donde Pilar se juzgaba comparándose con sus padres, lo hacía ciñéndose exclusivamente a terrenos donde la aventajaban, como la edad en el momento de independizarse, en lugar de poner en la balanza su nivel de preparación. Para colmo, lo atribuía a variables exclusivamente personales, cuando tenía más bien que ver con las diferentes condiciones del mercado en cada momento. Si ponía en el espejo a sus amigas, de nuevo tampoco estaba siendo justa: ellas habían estudiado carreras más breves, de cuatro años, que es lo habitual, lo que les daba una ventaja de hasta tres años con respecto a ella. Al preguntarle dónde y cómo estaban ellas en el momento equivalente al suyo, es decir, no con su edad, sino tras haber terminado sus estudios, lo veía claro: la mayoría estaba igual o incluso peor, en el paro.

 

Para el segundo propósito, el relativo a sus virtudes y méritos, además de apoyarnos en lo anterior, también se le pidió a Pilar una tarea extra: que lanzase la misma pregunta que se le hizo a ella, es decir, cómo la describirían esta vez las personas de su entorno (familiares, amistades, e incluso colegas del trabajo). Por mucho que achacase las bonitas palabras escritas a la bondad de los demás, no pudo evitar sorprenderse cuando le hice ver dos cosas: la primera es que tampoco callaban las cosas que necesitaba cambiar, con lo que aquello no parecía precisamente un "masaje". La segunda es que había una extraordinaria coincidencia en todas las versiones, ya procediesen de sus padres, sus amigas o incluso compañeros de trabajo con los que no tenía tanta relación. ¿Cómo podía explicarse aquello? De ningún modo podemos esperar que una persona cambie su percepción sobre sí misma en un abrir y cerrar de ojos, pero en este caso lo que ya se había hecho era inocular la semilla para que emergiese esa transformación gradualmente. Así, poco a poco, Pilar fue revelando más consciencia de sus puntos fuertes y más indulgencia con sus limitaciones. En definitiva, más seguridad en sí misma.

 

Al final de la intervención, Pilar tenía las ideas más claras, y con ello el ánimo despejado. Ella había escogido un camino más largo de lo normal, y se encontraba exactamente en el momento en el que esa diferencia se hacía más latente, en la transición del mundo académico al laboral. Acceder a sus estudios en la universdiad pública ya fue un logro extraordinario por la exigente nota de corte, y su admisión posterior en el máster fue el resultado de su buen rendimiento, más allá de la inversión económica que requirió. La formación tan exclusiva que había adquirido y su nivel de idiomas eran el fruto de mucho tiempo, sí, pero también presagiaban un futuro prometedor. Por lo pronto, ya había caído en gracia en su primer trabajo, y era cuestión de tiempo que se le abriesen más puertas allí o fuera a medida que fuese adquiriendo experiencia.

 

- El caso de Javi. Apuntar más alto de lo necesario.

 

Javi era un recién graduado en Farmacia que estaba en vísperas de presentarse a la oposición de acceso a los puestos de farmacéutico interno residente, más conocida por sus siglas, FIR (el equivalente al MIR de los médicos). Acudió a nuestro centro tanto por iniciativa suya como de sus padres, quienes eran tesigos también del nivel de nervios que le acompañaba desde que empezó a prepararse. Javi había descuidado algunos hábitos con tal de estudiar más horas, y se le había agriado el carácter. Aunque había reducido su nivel de contacto social, el poco que tenía empezaba a ser conflictivo en un porcentaje cada vez mayor, y quería echarle el freno a eso. Curiosamente, lo que más le motivaba para cambiar no era tanto su bienestar ni el de sus allegados, sino la medida en que estar alterado pudiese perjudicar su rendimiento en el examen. Esto ya nos iba a dar una pista clave a la hora de enfocar el caso.

 

Javi era capaz de pasar horas hablando sobre el FIR, estaba completamente absorbido por el tema y era perfectamente consciente de ello. Le preocupaba arañar hasta el último punto, porque se había propuesto hacer la especialidad de Farmacia Hospitalaria en la Comunidad de Madrid. Es decir, su objetivo era hacer la especialidad más demandada en la comunidad autónoma. En el FIR, como en cualquier oposición, no basta con aprobar el examen, sino que además uno compite con los demás candidatos por un número limitado de plazas. El objetivo tan ambicioso de Javi hacía el reto más difícil todavía: restringía sus opciones a quedar entre los primeros de toda la promoción. El motivo de que fuese Madrid su lugar predilecto se podía entender fácilmente porque era su ciudad natal y allí estaba su vida: su familia, su hogar y sus amistades. El tema de la especialidad, sin embargo, no era tan evidente para los legos en el asunto.

 

En los autorregistros que Javi iba trayendo a consulta a lo largo de las semanas podía verse, por ejemplo, que le preocupaba profundamente no demostrar en los exámenes todo lo que sabía, o sacar en un simulacro una nota ligeramente inferior a la de la semana anterior. Más allá de los disgustos que se daban en el día a día, que, por supuesto, hubo que trabajar, para detener ese torrente de obsesiones se apuntó a la misma línea de flotación de los planes de Javi: la restricción de sus opciones a solo una de las especialidades. No hacía falta ser farmacéutico para darse cuenta de que su visión de la farmacia hospitalaria estaba completamente idealizada, cuando además no había tenido aún contacto con la profesión.

 

Los autorregsitros son un recurso habitual en la práctica clínica. En ellos la persona plasma los acontecimientos críticos que tienen lugar en su día a día fuera de la consulta, siguiendo un esquema similar a éste:

 

(Gráfico 2):


Nótese que incluso con la trivialidad del ejemplo se percibe cómo estos registros nos proporcionan una información muy valiosa con respecto a la manera de funcionar de las personas, así como de su evolución a lo largo de la terapia a medida que aplican las pautas que les damos.

 

En consulta se entrena a las personas para que sean capaces de identificar primero y modificar después sus propios pensamientos irracionales. Ésta es una clave decisiva para nuestro bienestar psicológico. Javi tendía a formular las cosas en términos absolutos ("'siempre' me pasa lo mismo", "esto no sirve para 'nada'), y esto es algo que con frecuencia contamina nuestra percepción misma de la realidad. Su autoexigencia desmedida, además, le animaba a imponerse el más alto de los listones, cuando no había ninguna necesidad. Por último, su manera catastrofista de dibujar un horizonte en el que no sacaba la plaza que él quería terminaba por acorralarlo en un panorama asfixiante. Todos estos sesgos son tan humanos como inconscientes, por eso entrenarlo en su detección ya supuso un avance considerable. Más adelante, lo que se puso a prueba fueron las evidencias que él tenía para apoyar lo que pensaba, y se pautó la búsqueda de evidencias contrarias, que resultó exitosa.

 

La conclusión a la que llegó Javi es que el FIR abre muchas puertas, pero no cierra ninguna. También, que en caso de verse en la situación de sacar plaza, aunque no en la especialidad que prefería, siempre podía renunciar y presentarse de nuevo o, por el contrario, aprender a apreciar la conseguida en lugar de sacrificarse otro año de duro estudio. Era un estudiante muy responsable y muy capaz al que su expediente lo avalaba, con lo que perfectamente tenía posibilidades de sacar una buena posición en el FIR, pero no podía obligarse a sacar una de las primeras, porque eso escapaba a su control. El desenlace de su historia con el FIR fue así: efectivamente, no logró la plaza que quería y, ante la disyuntiva de hacer Farmacia Hospitalaria lejos de su familia o Análisis Clínicos en Madrid, se decantó por una segunda opción que al principio ni contemplaba. En seguimientos posteriores pude comprobar lo feliz que le hacía su primer trabajo como farmacéutico.

 

- A modo de resumen...

 

- Recuerda que, cuanto mayores son las metas, mayores dosis de tiempo y esfuerzo requieren. Ármate de ilusión, pero también de paciencia y disciplina.

 

- A la hora de abordar objetivos ambiciosos, empieza por descomponerlos en otros más pequeños y céntrate cada vez en el que toque abordar. Ve paso a paso.

 

- Date permiso para renunciar a metas muy exigentes: a menudo suponen sacrificios que, simplemente, no compensan.

 

- Cuando no puedas evitar compararte, revisa al menos tu vara de medir. No pierdas de vista las circunstancias y el momento relativo de cada cual.

 

(Ángel Peralbo, coordinador)